Blog de Juantxi Sarasketa

222 razones

Estamos viviendo unos meses donde la caza vuelve a ser cuestionada. Está claro que quienes pretenden que desaparezcamos como colectivo no van a tener el menor escrúpulo para atacar nuestra manera de entender la vida. No importa quién tenga la razón, ni si quiera van a querer escuchar nuestros argumentos.

He procurado dejar pasar un tiempo prudencial para que el calentón no me impida tratar la cuestión con la mayor objetividad de la que sea capaz. Aun así sigo sin entender la campaña anticaza que se ha desatado a partir de lo que ocurrió en Botswana y, lo que es peor, el desconocimiento y la radicalidad con la que se ha expresado demasiada gente.

Desconocimiento

Puedo entender que haya gente que desconozca la realidad de que si no se cazan parte de los elefantes de Botswana, la población de este animal crecería espectacularmente y se comería literalmente la selva donde habitan. Si leen con detenimiento este documento, que está escrito por CITES “Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestres”, comprobarán de lo que les hablo.

Algo parecido pasa con los corzos. Las causas que hacen necesaria la regulación de sus poblaciones son distintas, pero su cercanía nos puede ayudar a ver cómo la caza es necesaria y forma parte de ese término tan utilizado por determinados gurús de capa verde y doble moral: La biodiversidad.

Y es que la población de corzos, como pronosticó hace más de veinte años alguien que sabe mucho de esto, se ha disparado en Euskadi. Hemos pasado de cazar unos pocos a tener que limitar su población para tratar de frenar los daños a la agricultura y los accidentes de tráfico que, desgraciadamente, ocasionan cada vez con más frecuencia. Las administraciones vascas con competencias en materia cinegética están muy preocupadas por ello y, en ocasiones, los cazadores debemos de asumir sus consecuencias injustamente.

Doble moral

Incluso voy a ir más allá. Se da la paradoja de la gente que critica que se maten elefantes pero quieren que se eliminen los corzos como sea. Como si se tratase de la paloma que nos mancha la ropa colgada de casa. La ciudadanía, cada vez más urbanita y ajena al medio rural, debe conocer la realidad de la naturaleza y la caza. Y en eso estamos algunos. Esperemos que, a su debido tiempo, el trabajo realizado dé sus frutos.

A través de estas líneas tampoco quiero desaprovechar la oportunidad de cuestionar el silencio con el que nos obsequian determinados “sabios” del mundo del ecologismo que por lo bajo reconocen la necesidad de la caza y cuando la balanza populista se inclina en contra de nuestra actividad, salvo honrosas excepciones, prefieren mirar hacia otro lado. Es la ecología de la doble moral, que se rasga las vestiduras por la muerte de un elefante mientras da la espalda a la miseria de las personas en África.

Hacer que la caza se convierta en la mayor actividad dinamizadora del mundo rural y reguladora del medio natural es una labor de todos. Pero que no nos marginen como está ocurriendo en Gipuzkoa, donde se está prohibiendo cazar, sin argumentos, en las zonas donde aún podíamos hacerlo. La historia se repite por desgracia y quienes, aunque jóvenes, estuvimos en Donosti el 17 de abril de 1991 sabemos perfectamente cuáles fueron las razones que nos llevaron allí.

Mientras tanto, seguiré con el 222 monotiro que nos ha regalado Iñigo. Garazi, Arrate y Lore tienen que seguir con la afición. Ellas son el futuro.

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